La chupapijas
Mi novia me chupa la pija como si lo hiciera por contrato. No es que no le guste — es más triste: le gusta demasiado. Hay porno en la compu, dos minas sin cara, una de espaldas que gime raro y la otra que ni pestañea. Yo miro el celular. Hablo con alguien que apenas conozco pero que me dice cosas interesantes, o al menos cosas distintas. Me calienta más una frase bien escrita que ese loop de gemidos en 480p. A veces me río en silencio. Otras, me aburro tanto que se me enfría el corazón. Si es que aún tengo corazón. Todo esto pasa cada noche como un ritual triste. Lámparas encendidas. Porno barato. Mi cuerpo quieto. Su boca funcionando. Y yo, en mi cabeza, planeando una fuga que nunca llega. ¿Por qué lo hacemos? Porque nos da algo para hacer. Porque parece amor. Porque duele menos que estar sobrios. Pero lo cierto es que se volvió un laberinto sin salida. Una performance. Una coreografía de la decadencia con timing perfecto. Y lo peor: los dos sabíamos que...